viernes, 18 de octubre de 2019

Bajo un mismo techo

La radio del camión tronaba con una de sus canciones favoritas mientras  soñaba con el comienzo de las vacaciones. Cinco años habían pasado desde que disfrutara de otra igual y al final de esa segunda quincena de octubre podría recordar lo que era no trabajar. 

Aun así tenía dudas, no  sabía si sería capaz de aguantar a su mujer aliento con aliento durante quince días enteros con sus respectivas 24 horas. El continuo ir y venir, en realidad más ir que venir, había hecho que la distancia entre ellos fuera cada vez mayor. Al menos disfrutaría de sus niñas más de lo que dura el fin de semana, que eran  los únicos días, y no todos,  en el que la familia vivía bajo un mismo techo. 

La cabina era un collage de fotos: sus niñas, las fotos de sus trofeos de caza y alguna que otra instantánea arrancada de alguna revista para adultos. Justo en ese momento miraba la foto que presidía la cabina con sus dos hijas, el bebé en brazos de su hermana, con una sonrisa enorme cruzando sus rostros. Él también sonreía cada vez que la miraba.

La música se interrumpió debido a un nuevo boletín informativo. Junto a la manida crisis económica, los zombis eran el tema estrella. Él no se creía nada de lo que se contaba aquellos días sobre este último asunto, seguía convencido de que todo era una estratagema comercial de cara a halloween. Pensaba con convicción que todo era un montaje publicitario ¿Cómo iban a existir los muertos vivientes? Siempre había sido cosa de cine, juegos, libros; ficción en cualquier caso, nada más. <<Estos americanos siempre lo hacen todo a lo grande>> pensaba mientras intentaba sintonizar alguna emisora que no hablara del asunto. Cansado de tonterías, en la segunda vuelta al dial, decidió apagar la radio. 

La noche se estaba posando en el horizonte y empezaba a llegar el momento de realizar una parada que le permitiera recobrar las fuerzas. Tras dar buena cuenta del chuletón y de la botella de vino que pidió para acompañar a la carne,  pensó que sería un buen momento para aprovechar e ir a aliviar un poco de estrés. 

<<A lo grande, que hay que empezar bien las vacaciones>> pensó. Su única preocupación en ese instante era decidir entre ébano o marfil.

Tomó rumbo a la nave donde resguardaba el camión cuando no estaba de viaje y mientras estacionaba llegó a la conclusión de que le apetecía algo exótico. Una vez decidido y sin nada más que hacer allí se subió a la moto y  dirigió su rumbo al acceso  que discurría paralelo a la entrada de la ciudad, desde Madrid, donde sabía que encontraría lo que buscaba. Dio varias vueltas por la zona y tras ciertas dudas se decidió por una muchacha, que aparentaba poco más de veinte años, de piel negra como el azabache. Acababa de bajar de un coche bastante enfadada, vistos los aspavientos que hacía y los gritos proferidos. Fue verla y pensar <<Así me gusta, con nervio>>. 

Tras convenir el precio, ella montó de paquete y raudos se dirigieron al Zouk. Habían logrado llegar a un acuerdo, no sin dificultad por la barrera del idioma, que le permitiría a ella quedarse en la habitación cuando él se marchara a primera hora de la mañana y él a cambio había obtenido una rebaja en el precio. 


En el trayecto él ya había decidido que no iba a gastar más de lo necesario con una simple puta, decidiendo abonar tan sólo cuatro horas, el mínimo permitido por el hotel. Para cuando ella se diera cuenta, ya se habría marchado.

Aparcó en el garaje privado de la habitación. El lujo de la estancia dejó embelesada a la chica, no podía dejar de  abrir la boca, con expresión de sorpresa, cada vez que veía algo que llamaba su atención: la piscina, el espejo sobre la cama, el jacuzzi, la sauna… la propia cama <<Por fin dormiré en una cama tras dos días…>> era lo único que pensaba mientras él, ya en el agua, le pedía que fuera a su lado mientras soñaba con el buen hacer de aquellos labios.

Menudo bocado tienes en el muslo ¿Por eso discutías con el del coche? Te llevaste un buen recuerdo suyo jajajajaja <<Que pedazo de tetas tienes...>>> era lo único que pensaba mientras se reía. 

Ella no entendió todas las palabras pero lo que veía crecer a través del agua no dejaba lugar a dudas sobre el significado de las mismas. Le siguió la corriente. Había aprendido en poco tiempo que al cliente siempre había que reírle las gracias y además su actitud distendida la tranquilizaba. No parecía que la herida, realizada por un tipo enloquecido, que le había pillado por sorpresa hacía tan solo unas pocas horas, tuviera importancia para aquel barrigudo empalmado que le observaba desde el agua. Horas antes había tenido suerte de que un coche pasara y le recogiera a tiempo para poder escapar de aquel loco, aunque al final acabara discutiendo con su salvador por pretender cobrarse en servicios la ayuda prestada. Una cosa tenía clara y es que aquello solo lo hacía por dos razones: amor o  dinero.


Terminó de desnudarse de la manera más provocativa que pudo y se zambulló en el agua sintiendo un alivio inmediato ante el hervor que comenzaba a sentir. Dejó que las manos de él comenzaran a inspeccionar su cuerpo a pesar de que él creyera que aquello eran caricias. Comenzó a sentirse algo mareada, extraña; sólo reconocía la sensación de hambre que experimentaba <<con suerte podré comer algo después de terminar el trabajo…>> pensó. Él no paraba de sobar su cuerpo cuando sin previo aviso quiso que le mostrara su buen hacer con la boca sumergiendo su cabeza. No lo esperaba y para cuando logró zafarse y recuperar el aliento no dudó en propinarle un bofetón. Él, perplejo, le devolvió el golpe saliendo a continuación de la piscina. 

No había llegado a hacerlo cuando ella se abalanzó mordiéndole una parte de la nalga que en ese momento abandonaba el agua. Dolorido y a la vez sorprendido se puso de pie sobre el borde a tiempo de lanzar el pie contra el rostro de ella dejando su cuerpo inconsciente.


Dudó entre salir corriendo y dejar que se ahogara, pero su entrepierna fue quién tomó la decisión en aquel momento. Ni siquiera se percató de la sangre que manaba de la reciente herida en su trasero. Sacó a la chica inconsciente del agua y tras ponerle una mordaza y atarle las manos dio cuenta de la muchacha. Pocos minutos después, justo cuando recuperaba el sentido, él terminaba de aliviarse en su interior.

¡Joder! fue lo que gritó en el preciso instante que propinaba un puñetazo al rostro que se abalanzaba sobre él con la mirada vacía, furiosa y sin vida que intentaba morderle de nuevo. 

Asustado comenzó a vestirse, pero al darse cuenta de que aún sangraba cogió una toalla y presionó la herida hasta lograr parar la pequeña hemorragia. Se tuvo que volver a zafar de la poca ropa que se había puesto y darse una ducha rápida tras la cual se puso la ropa.


Cogió el dinero que le había dado por adelantado de la mesilla y salió corriendo dejando tras de sí a la chica. Esta continuaba gruñendo y zarandeándose  intentando darle alcance  sin poder avanzar un metro ante las ataduras que le había practicado antes. Con una sensación de confusión y sorpresa, maldijo en voz baja: “¡Joder! que mala suerte, tenía que coger a la única puta loca que estaba disponible…”

Alargó un poco el trayecto para hacer tiempo y llegar a las siete y media  tal y como había prometido a su mujer para  poder llevar a la mayor al colegio ese último día de clase. Al día siguiente se marcharían de vacaciones a la playa. Ese tiempo extra le permitiría, además, tranquilizarse a pesar de que, sobre la moto, el dolor provocado por la herida era un recuerdo constante de lo sucedido.

Al entrar en la casa se sentía algo mareado por lo que se dirigió directo a la cocina donde, sentado junto al grifo, comenzó a beber agua en un intento de sofocar el calor agobiante que tenía en aquellos momentos. Su mujer al oír la cerradura había bajado de la planta superior a recibirle.

¿Qué tal el viaje? le dijo mientras se acercaba a darle un beso.

Ah, hola cariño. Bien, bien… ya de vacaciones acercándose a su mujer, devolviéndoselo.

¿Estás bien? Estás sudando mucho.

Cansado nada más, ha sido un viaje largo y hace mucho calor. ¿Qué tal las niñas?

Bien, la pequeña durmiendo y Mayte debería de irse levantando ya. ¿Has oído lo de los zombis? Hablan de que se empieza a propagar de manera alarmante.

María, por favor, ¿Tú también? Eso es una tontería.

Si ya lo sé. Aun así, le he dicho a la niña que no comparta comida, ni bebida en el cole. A ver si justo el último día se va a poner mala. Dicen que solo se transmite si te muerden pero qué sabrán ellos. Así, un problema menos. 

Mujer, si fuera verdad, me da que ‘mala’ no es la palabra le dice mientras  sonríe y le da otro beso sin parar de pensar de manera intermitente en el mordisco—.  Voy a ver si despierto a la niña, que al final llegamos tarde.

Al entrar en la habitación de Mayte no puede evitar poner una mueca de desagrado ante la cantidad de posters de diferentes artistas que tapan la pintura. No conoce a ninguno aunque el que más predomina es un tal Justin Bieber por lo que hay escrito  en alguno de ellos. <<A este sí que se lo dejaba a los zombis…>> pensaba mientras miraba a su hija dormir. 

Decidió  despertarla tal y como lo hacía cuando aún era su niña. Empezó a canturrear “la canción de los dedos”, una canción familiar que sólo ellos conocían. Ella adormecida le pidió  que la dejara en paz, él sin darse cuenta y perdiendo la consciencia por un momento acabó clavando su mandíbula en el dedo meñique del pie izquierdo más de lo recomendable recibiendo de manera instintiva una patada.

¡Papá! ¡Me has hecho daño! ¡Estás tonto o qué! ¡Mamáaaaaa!

Él se recuperaba del golpe sin saber muy bien qué había pasado cuando su mujer entró en la habitación sofocada ante el ruido originado. El bebé lloraba desconsolado, desde su cuna, en la habitación de sus padres.

¡Qué pasa!

¡Papá, que es imbécil! y me ha mordido.

Perdona, cariño yo solo quería... dice él sin recordar todavía lo que había pasado.

¡Antonio! ¿Se puede saber qué te pasa? ¡Y tú no llames eso a tu padre! —escucha de su mujer mientras su hija se va de la habitación dando un portazo—. Anda, vete a calmar a la pequeña mientras yo hablo con la mayor.

Desorientado se dirige hacia su habitación donde Eva llora desconsolada. Él coge al bebé en sus brazos y se tumba en la cama con ella mientras intenta calmarle. No se siente muy bien, pero consigue tranquilizarla y de paso tranquilizarse a si mismo.

¡Antonio! ¡Llevo yo a Mayte al cole, que no quiere ir contigo! ¡Encárgate de la niña! —dice mientras entra en la habitación—. ¿Me escuchas?

¡Síiii! Ya te he oído. ¿Está bien?

Ya está curada ¿En qué cojones estabas pensando para darle ese bocado?

No sé mujer, solo quería jugar como cuando era pequeña.

¡Tiene doce años!, menudo mosqueo tiene contigo le dice mientras termina de vestirse.

—Anda cámbiala, te dejo aquí su ropita y allí están los pañales. Vengo cuando deje a la mayor en el cole. No sé si pasaré a comprar el pan y así aprovecho.

Ok, no te preocupes.

Pues claro que me preocupo, pareces idiota —le dice mientras abandona la habitación dirigiéndose al piso de abajo.

Mayte había montado en el coche muy cabreada todavía con su padre. María intentó que le hablara, pero no hubo manera aunque ella no había hecho nada. Durante todo el trayecto no dirigió palabra alguna a su madre, tenía otras cosas en las que pensar. 

En su cabeza aún daba vueltas, al igual que había hecho durante la noche, al comentario del día anterior de su amiga, dos cursos por encima del suyo. Recordaba las palabras exactas de Elena: “Para mantener contento a Juan tan solo tienes que comérsela de vez en cuando.” Menudas risas se habían  echado con la ocurrencia. Sin embargo durante el trayecto, en su cabeza, la idea cada vez le parecía más jugosa. Al llegar al colegio se despidió con un beso de su madre y entró convencida en busca de su novio. Aún faltaban unos minutos para entrar en clase.

¿Estás bien? le dice Juan al verla llegar—. Estás sudando mucho.

Es que hace calor. Ven cariño —le dice mientras le da un beso y lo aleja tirando de él en dirección al servicio del gimnasio que a esas horas sabe que está completamente vacío. 

Cuando ya están resguardados en el gimnasio.

¿Qué haces Mayte? —dice sorprendido mientras ve cómo ella se agacha con ansiedad y comienza a desabrochar su pantalón.

Mantener contento a mi chico —le dice mirando a sus ojos sonriendo con picardía y guiñándole un ojo. Al bajar la cabeza, por primera vez, descubre el sabor de su novio.

Él en ese momento comienza a disfrutar de las sensaciones provocadas. El placer era tal que no se percató del momento en el que ella acabó perdiendo la mirada y el deseo de provocar placer se transformaba en hambre. El grito tras el primer mordisco que propinó, muerta de hambre, resonó en todo el colegio. 

María iba escuchando la radio de regreso a casa. Continuaba escuchando a un supuesto experto en zombis sobre el método de contagio y prevención ante la epidemia. Según el contertulio lo mejor era evitar ser mordido <<y a este le pagan por eso>> pensaba mientras escuchaba atenta, ya que solo se contagia a través del mordisco que realizaban a sus víctimas. Aquellos que sobrevivían al ataque  tardaban unas pocas horas en convertirse. Un síntoma era el cambio de color que se producía en la tonalidad de la piel y la mirada vacía y sin vida que mostraban. En ese momento sin pensarlo recordó a su Antonio, pero se quitó con rapidez la idea de la cabeza <<Qué tontería, sabes que no existen. Antonio está seguro de ello. Y él no tenía ningún síntoma de los que mencionan. Además con lo que disfruto yo cuando mi Antonio me da esos mordisquitos tan ricos…>>  

Mientras aparcaba el coche en la puerta de la casa escuchó el sonido de un disparo proveniente del interior. Como si hubiera sido ella quien recibía el impacto, se paralizó.

Incapaz de correr. De manera pausada entró una por una dentro de todas las estancias de la casa. Cuando abrió la puerta del baño de la planta superior se encontró el cadáver de su marido sin vida en la bañera, con un extraño color en la piel y los ojos fuera de sus órbitas desgarradas de dolor junto a la escopeta de caza todavía humeante.  

Un segundo bastó para comprenderlo todo. Y en ese momento escuchó el llanto de su hija que reclamaba atención. Sin fuerzas, como si ya de un cadáver se tratara, se acercó a la habitación cada vez más consciente de lo que se iba a encontrar. Recordó el mordisco que acababa de curar a Mayte, el aturdimiento y el calor de su marido a primera hora de la mañana, el color de piel... 

Las lágrimas comenzaron a resbalar por su rostro, en silencio. Cuando abrió la puerta de su alcoba, la niña estaba sobre la cama,  desnuda, con un mordisco en su tripita. Sin desgarro, a medio morder, como si su marido hubiera tenido un destello de lucidez y se hubiera dado cuenta de lo que estaba haciendo. Eva lloraba de manera enloquecida, el color de su delicada piel ya no era el habitual y los ojos de la pequeña suplicaban algo que llevarse a la boca. Los pocos dientes que tenía reclamaban.

<<Maldito seas Antonio, maldito seas…>> se repetía una y otra vez a si misma sin dejar de llorar de manera desconsolada. 

En ese momento tomó la decisión que sabía que debía de tomar, no iba a permitir que su niña muriera de hambre. Su único pensamiento en aquel momento era si sus hijas, aun como muertas vivientes, podrían sobrevivir. 

Resignada se dirigió a la cama y tomó a su bebé en brazos mientras comenzaba a acunarla en su regazo. Eva, por primera vez en su muerte, probó el sabor de la carne de su madre. Esta la abrazó con todo su cariño entre sus brazos mientras gritaba presa del dolor.

J.L. Galán




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Publicado por primera vez el 01/11/2013 en en este mismo blog.



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